Mi corazón latía fuerte, esta vez no porque nuestro viaja continuaba en la ciudad más antigua de Colombia y la segunda de Sudamérica, si no porque nos reencontraríamos con la abuela y el abuelo. Felicidad y seguramente algo de descanso. Dos de la tarde llegada a Santa Marta. Entrada a nuestro apartamento, el cual llamaríamos casa por los próximos cinco días. Pies a dentro y casa destrozada, cojines por el piso, maletas abiertas, decoraciones boca a bajo, libros abiertos, jarrones sobre la nevera, cajones abiertos. Pier y yo tendidos en la cama. Después de una hora se recuperan ánimos cuando subí con las niñas a la terraza del edificio, dos zonas, dos piscinas de solo un metro veinte centímetros de profundidad, perfecta para Lucía, una vista encantadora por una lado vista a todo el centro historio de la ciudad, por el otro vista a el malecón, playa, brisa y mar.
Por las seis de la tarde, nos dirigimos al estación de Bomberos de Santa Marta en busca de mi padre y la espera de mi madre que se encontraba en Ciénaga, un municipio a 40 minutos de Santa Marta. Lucía se acercaba a la estación emocionada del encuentro con el abuelo, o probablemente la emoción eran los carros de Bomberos, por que al verlos le costo mucho el saludo. Esperamos entre el rojo vivo de todo lo que tiene que ver con Bomberos, el amarillo de las luces, el azul de las sirenas, el oro de las medallas, y las risas de los jóvenes esperando servicio. Salimos de ahí con la mejor compañía, en compañía de los abuelos. Hablábamos de nuestra experiencia. Y mientras tanto las luces de la ciudad se encendían, los carros de comida iniciaban a invadir las calles, el día estaba terminando y la noche estaba iniciando, las risas de los costeños se contagia, el fuerte viento, el inevitable sonido del trafico. En ese momento me di cuenta de que no solo era hermoso, era totalmente caótico que podía ser poético, tan agitado que podía ser magico, pero sobre todo real. Los andenes están llenos de huecos, y donde no hay, hay estacionadas motocicletas. Cuando la gente nos ve con el coche se ríe (totalmente de acuerdo no?).
El centro de Santa Marta poco a poco cobra vida, año tras año se restaura, en el centro esta lo caótico pero lo bello, la Plaza Simón Bolívar, la Catedral Basílica de Santa Marta, la primera iglesia construida en la América continental, el malecón de la bahía, el parque de los novios y el Palacio de Justicia. También la Quinta de San Pedro Alejandrino, y la estatua del Pibe Valderrama mesita una visita.
Santa Marta es una ciudad con entornos privilegiados. Y privilegiados nosotros de estar aquí, al siguiente día arrancamos para Taganga, una pequeña población pesquera ubicada entre Santa Marta y el Parque Nacional Tayrona, arena dorada, tranquila en la mañana más movida en la tarde, de ahí nos fuimos a visitar Playa grande, una bahía continua a la bahía de Taganga. hay mejores playas en la area, es cierto, pero nosotros estábamos con abuela incluida, y que oportunidad para caminar un rato en pareja. Nos aventuramos y que aventura. El viento soplo fuerte, nos tomamos la mano, con inseguridad pero con fuerza. En el recorrido llegamos hasta otras tres bahías muy pequeñas, dos de pescadores y una mas de turistas. Terminando la caminata reflexiono de nuevo, y tan solo con miradas se llega a pensar que debe haber fuego en el corazón y lucidez en la mente para soportarnos en momentos de crisis. Que en un viaje tan largo en familia se vuelven momentos seguidos. Hijas 24/7. Cargar maletas. Empujarlas a ella. Planear el siguiente paso. Encontrar el equilibrio. Es duro. Nos tomamos una hora del día para hacer una actividad juntos y aquí el resultado.
Siguiente mañana y un despertar difícil, Aurora la noche anterior se había caído de la cama y yo de ahí en adelante hice fatiga para dormir de nuevo. Aunque como todo fue más el susto que lo que sucedió. Apenas iniciamos a dejar atrás Santa Marta, se respira puro. Estamos entrando a la Sierra Nevada, con destino a MInca. Una pequeña población famosa por el aroma y sabor de su café orgánico, por sus cultivos ecológicos, por sus senderos, sus pozos y cascadas, y por las hermosas vistas de postal. Después de saborear café, consumir algunos productos locales, untarnos de mermelada y congelarnos en el río. Nos sentamos almorzar por fin vegano, la primera vez en el viaje en un restaurante con infinidad de propuestas veggi y vegetarianas, con vista al río. Y ahí estábamos entre la paz de la Sierra con micas en Minca. Señales de tránsito atención micos. Atención ardillas. Atención zarigüeyas. Atención iguanas. Atención bicicletas. Llegamos con movimiento de lancha aunque anduviéramos por carretera. Y por un mar bien movido. Llegamos a Minca. Atención mosquitos!! Pero paraíso tropical. De regreso, del río al pueblo, caminamos, y entendí lo que este par están disfrutándolo su recorrido por la costa Colombiana, tanto como yo. Y es más divertido explorar de la mano de ellas. Justamente en esa caminata Lucía regreso a la época de los 3 años. En la que lo preguntan todo. Porque?? Se vuelve la palabra más repetida del día. Y después de 100 preguntas y 100 respuestas. Llego la 101. Mamá: Porque en este sitio (Colombia) hay que saludar a todo el que pasa?? 102. Porqué siempre hay que decir buenos días sino lo conocemos?? Y buuu. Así es. Esta es Colombia.
En Santa Marta abundan las ofertas de comida callejera. En el centro después de las 5 de la tarde, en muchas esquinas hay señores haciendo pizza y horneando en el momento, ahí en el andén, convence a Pier a probas una de esas, y hay que casi me la escupe en la cara, basto su mirada, lastima que aquella pizza no lo hizo volar a su bella Italia. Pero eso si asegúrense de probar arepa de huevo, ceviche, langosta y pescado fresco, frutas y jugos tropicales. Como irnos sin visitar El Rodadero, la playa de Santa Marta, solo diez minutos de viaje separan la playa de la ciudad. Nosotros tomamos un colectivo, la buseta colombiana. El cuadro con el que nos encontramos está colmado de risas, música y alegría, nos basto tirarnos sobre la arena y sentir vibrar la playa más popular y frecuentada de Santa Marta.
Nos falta poco para terminar nuestro encuentro con los abuelos, y el viaje con la ayuda de ellos. Al siguiente día estábamos invitados a Ciénaga. conocida como “La capital del Realismo Mágico”. Ciudad que realmente inspiro a Gabriel García Márquez a escribir su obra cumbre Cien años de Soledad. La ciudad a orillas del Mar Caribe. La ciudad Pueblo patrimonio de Colombia. La ciudad de los Indios Chimilas y más tarde de los bravos Tayronas. La ciudad de la bonanza bananera. La ciudad que en el parque principal convive con Iguanas. En la ciudad que hay termales, gracias a un volcán de lodo. En la ciudad donde fuimos invitados a disfrutar de pescado al cabrito, comer mangos del patio y cocada fresca. De regreso de Ciénaga la parada era ya la Terminal de transportes. Llegue con la ropa vomitada, el pelo oliendo a carbon, la piel salada y los ojos aguados. Despedida de los abuelos y sentados en un bus con destino a La Guajira, próxima parada Rioacha.