La Guajira. El mar del desierto.

Aparte de la ropa vomitada, el pelo oliendo a carbón, la piel salada y los ojos aguados, Aurora se cago y se cago por toda parte, sentada en el bus, la silla quedo untada. El bus arranco, y entre frenazo y frenazo saliendo de la ciudad me faltaban manos para poner en orden este caos. Menos mal habían puestos de sobra, y nos reubicamos dejando atrás la silla mojada. Después de dos horas de estar rodando por la Troncal del Caribe, dio inicio el mas hermoso lienzo antes visto. El cuadro estaba colmado de colores fuertes, radiantes y llamativos. Un atardecer más. Las niñas dormían. Un atardecer mágico. Paleta de colores pastel con visos fosforescentes. Tu mano sosteniendo fuertemente la mia y la satisfacción que lo estamos logrando. Niños cansados es sinónimo de niños exhaustos es decir niños contentos. Giro para mirarnos y hablar. Giro de nuevo hacia la ventana y el cielo ya era otra acuarela de atardeceres. Si los vendieran yo ya habría comprado todos esos cuadros y hubiese formado un collage en aquel muro blanco de la sala de casa. 

Demasiado conectados con el viaje, que es bastante intenso, me da la sensación de haber partido hace una vida, se me hace raro lograr pensar en “casa”. No logramos imaginar que tiempo estará haciendo en Europa, si Berlin esta tapada de nieve, si el lago cerca a casa esta congelado, o si la ciudad ya se esta preparando para recibir las flores de primavera, mientras nosotros mantenemos permanentemente con sandalias y camiseta. Hablo de la idea de sentir casa. De sentirlo en la piel. De cerrar por un momento los ojos y los oídos y sentirnos en Kollwitzplatz en Prenzlauerberg. 

Llegamos a Rioacha un domingo en la noche. Bajamos del bus un poco desorientados y afamados. Decidimos caminar hasta el hostal, que parecía estar a unas 10 cuadras de la estación. Cargamos con una mochila, un maletín y las dos pequeñas, esta vez sin coche claro esta, pues al dia siguiente estaríamos en el desierto. Y para que. Llegamos al hostal, el control del aire no aparecía, y esos primeros minutos de estadía y descanso, nos quedamos sin palabras todos mirando el ventilador mientras ondeaba nuestro pelo. Salida a buscar comida, con la idea de llegar hasta malecón de Rioacha pero a donde llegamos fue hasta las siguientes dos esquinas, nos atemorizo un poco el barrio, la zona y las personas que giraban nuestro alrededor y nosotros sin destino fijo, sin saber que ruta tomar. Parada a comprar al menos dos arepas, la escena era esta, vendedor con cicatrices por toda la cara acompañada de una niña de unos máximo 15 años embarazada, un travesti, un camionero y una familia perdida comprando arepas con queso a 600 pesos colombianos. Una hora después, ya estábamos todos en la cama, ansiosos, nerviosos, cansados e irritados, pensando en la salida del día siguiente, para la Alta Guajira, nuestro reto más grande con las niñas. 

Nuestro conductor no habla ingles, habla un español guajiro. Propio de la zona. Arvil es alto aproximadamente 1.75 y tiene la tipica panza de camionero. Lleva una camisa tipo polo a rayas y zapato cerrado. Nos recibe con una gran sonrisa y se sienta en el puesto de Piloto. “Están listos? En dos horas estaremos ya entrando a el desierto” y enciende el motor. Se parte. Viajar al Cabo de la Vela no es complicado, pero puede ser un poco extenso. Admiramos lo recta de la vía hacia la alta guajira. Saludamos los chivos  que comen trupillo a ambos lados de la carretera. Paramos en cuatro vías y comimos un desayuno de arepa con queso y friche (carne de chivo frita, arepa pa’ mi, carne pa’ ti). Nuestro amigo arvil nos enseñó que se hace con el cactus de la zona (yotojoro), visitamos un internado donde vienen a estudiar los niños de las rancherías más lejanas, nos contó la historia de la mina de carbón y porque por mala administración en Manaure hay poco sal. Nos dejó sorprendidos hace cuanto no llueve y como a las 8 de la mañana ya pega el sol como a medio día. Divisamos Águilas y una inmensidad de gallinazos. Árboles de flor amarilla que hacen una combinación perfecta con los mantas de la mujer Wayuu. En la llegada a la Alta Guajira, el paisaje lo conforman dunas donde se acumula transitoriamente la arena antes de desbordarse sobre los acantilados de la costa noroccidental, en forma de cascadas que caen al mar. 

Después de una hora y media en carro, vivimos nuestra primera grande, inolvidable experiencia en La Guajiara, llegada a Uribia, y otro avalancha de colores, nos bajamos en la plaza principal, Plaza Colombia, apenas Lucía se acerca al centro de la plaza una manada de niños se le acercan, termina en un nos juegos medio acabados jugando con otros niños, mientras Pier parado en el sol admirando los colores de las mochilas, y yo caminando con Aurora en la espalda como muchas otras mujeres Wayuu cargan sus bebes. Después de esta linda llegada, nos dirigimos a Manaure, parece un pueblo abandonado, con una playa de arena blanca y agua turquesa, un par de barcas pesqueras, carros sin llantas abandonados, pocas rancherías y al fondo la mina de sal. Pasamos unos 30 minutos hablando con gente de la zona, mientras tejían una red de pesca, compramos un kilo de sal gruesa y continuamos camino hacia el Cabo de la Vela. 

Después de dos vomitadas, hicimos la primer parada y la ultima por las rancherías del Cabo, todas organizadas al borde del mar, todas por la unica carretera de la zona, todas ofreciendo lo mismo, hamaca, chinchorro, o habitación basica, pescado, camarón o langosta. Por la misma razón, fue la primera parada y la definitiva. Decidimos quedarnos en con la mejor habitación, al aire libre, con la arena por debajo y las estrellas por encima, la mejor habitación que nos dio este viaje. Dormir en chinchorro, despertar a las seis con el mejor amanecer y tener el mar de frente. Sin ventanas. Sin paredes. Sin puertas. Aunque no fue fácil aprender a dormir ahí. Ni amamantar. Ni pararse para socorrer a la otra. Fue un gran disfrute y una carga de energías. 

Esa tarde de la llegada, nos encaminanos hacia el faro, que no es tanto un faro pero las vistas sobre el mar son bastante especiales, y la vista del atardecer desde allí es sin dudas uno de los más hermosas de Colombia (lo digo por que lo vi hace 12 años desde ese punto al lado de mis padres y hermanas). Aunque por el viento tan fuerte y lo largo que deberíamos esperar para las 6 pm decidimos bajar y caminar por toda la playa desde la punta del faro hasta el Cabo. Fue igual o más hermoso. Creo porque fue con ellas. Mis hijas. Caminamos los cuatro recogiendo conchas, palos, corriendo cuando el mal olor nos alcanzaba, quitándonos los zapatos para meter los pies al mar, sentándonos a descansar en troncos, y admirando la bajada del sol con un fuerte color naranja de fondo. 

Al siguiente día nos despertamos muy temprano, son las seis de la mañana, nos encontramos en un rancho de palos y Jotohoro (cactus de esta zona) en medio al desierto, el murmullo de los animales que nos acompaño toda la noche continua de dia, pero ahora tapado por el ruido de las ollas de quien prepara el desayuno, de los motores de las lanchas de quien parte a pescar, de los niños que corren y de las plantas de electricidad. 

Decidimos de iniciar el descubrimiento de la zona justo después del desayuno, nos asomamos a la calle principal y arrancamos con dirección al Pilón de Azúcar, llamado así porque es un cerro cónico al lado del mar, un sitio sagrado para los Wayuu y se puede subir en unos 15 minutos para una vista de 360° del desierto y el mar Caribe. La playa cerca al Pilón es la más bonita del área, agua más cálida, arena dorada y brisa.  Allí pasamos toda la mañana, de 10 am a 2 pm, no nos movimos. Sin almuerzo decidimos salir de la playa para dirigirnos mal al norte, observar los acantilados, las dunas del desierto y los espejos de sal, de regreso parar en ojo de agua. Y por fin llegar de nuevo a la Rancheria a almorzar. Nos esperaba una Langosta acabada de pescar. Pues esa mañana mientras preparábamos la salida, decidimos encargar el almuerzo, decidimos comer langosta, y el equipo de la Rancheria se puso en la tarea de conseguirla, justo en el momento que estábamos hablando del tema. Tatarataaaa. Estaba llegando un pescador que traía dos langosta de muy buen tamaño. Las nuestras!! Fue un total placer comer langosta a la parrilla solo condimentada con ajo y pimentón, a la orilla del mar, con los pies en la arena y las manos saladas. La muchacha encargada de la cocina, cuando nos ve nos sonríe. Sabe que no tomamos jugos si no agua, y que el agua la tomamos de nuestro garrafón y sin hielo. Que los platos son sin ensalada y con bastante patacón. 

Todo ha sido tan intenso, normal, cotidiano, que de pronto no he entendido que estamos a kilómetros de casa, y que en algún momento regresaremos.  Que días. Que confusión. Que calor. Que incomodidad. Si. Incomodidad. No hay cama, ni sabana. Ni energía, ni agua potable. Nos bañamos por 3 días solo con agua del mar. Sin shampoo sin peineta. Pero todo fue muy bien recompensado. Cuando decidimos poner en la lista la Guajira, al alta Guajira, con una niña de 5 años y otra de 10 meses, no recibimos las mejores miradas. Muchos no lo intentaron poner en duda. Otros se quedaron sin palabras. Mi madre se ofreció a quedarse con las niñas. Y mi padre trató de organizarnos el viaje. Y si es cierto. O al menos ahora en temporada baja no se ven niños. Amo a mis hijas por que aparte de el amore de mamá, tienen la capacidad de volver cualquier momento magico, il más simple, el más duro. He siempre pensado que los hijos tienen las capacidades de un mago, que no se rinden jamas. Logran crear con detalles y pequeñas atenciones los momentos perfectos en los que me hace sentir hasta en un film. 

Vamos por la segunda noche en chinchorro. Y aunque tuviéramos siempre la intensión de sentarnos frente al mar con la luz de la luna, contemplarla, hasta abrazarla hubiese querido. Tampoco lo logramos esta noche. El cansancio, la amamantada y la indiferencia nos dejaron sin eso. Pero la fotografia que guardo por siempre en mi mente es aquel movimiento de tres chinchorros coloridos, salados y cálidos arrullando a las tres personas que más amo en mi vida. Una noche más de viaje, en uno de los lugares más abandonados de mi país, un lugar del que la gente se olvida, en un lugar así, estaban ellos, y dormi recordando lo mucho que ellos son para mi. Una noche más con el mar de frente, en una ranchería, cubiertos por escasos dos palos y acobijandonos con las estrellas. 

La mañana siguiente decidimos desayunar y descansar en nuestro rancho. Dar el ultimo paseo por el Cabo y dejar pasar el tiempo, queriendo detenerlo y al mismo tiempo dejándolo ir. Olvidan el temor de viajar con niños a lugares poco visitados, juro que es lo mejor para ellos, lo que los deja a ellos ser. Jugar y hacer lo que de verdad su mente ordena. Sin estereotipos, sin presiones, sin ejemplos. 

Cuando llega el momento de la partida, nos sonríen de lejos. El sol inicia a pegar fuerte, la brisa de la tarde comienza sentirse y los colores de los wayuus se llenan aún más de vida. Y ahí esta. El mar. Justo de frente a nosotros en todo su esplendor. Una pintura, un click de los que nunca se olvidan. Un concierto de chelo. El mar del desierto. La Guajira. 

El regreso a Rioacha fue un poco rock. De nuevo una cosa después de la otra, sumado el remate de la vomitada de Aurora, sobre la ultima camisa que me quedaba limpia. Cambiamos planes, y en vez de dirigirnos esa misma tarde a Palomino decidimos detenernos en la playa de Rioacha, descansar, tomar fuerza,  lavar la camisa, comer algo y decidir si continuábamos o no. 

Con semejante belleza de frente, la decisión fue ir a buscar de inmediato un hostal, por que nosotros en Rioacha queríamos pasar la noche. No hubo muchas palabras, fueron solo un par de miradas, un plato de camarones y las niñas jugando en la arena, basto, fue suficiente para que yo me parara y dijera: <Voy yo!, ya vengo voy a conseguir el hostal>. Y no hay nada más rock!! Me senti de nuevo la viajera joven que llega a destino sin nada, sin plan, sin hostal y con mochila. Así andaba yo, así me sentía yo y seguro así que veían los demás, pues al encontrar el hostal la señora se asusto cuando le dije <busco una habitación para mi esposo y mis dos hijas>, ahí si que me vio los años y la experiencia que cargo a espaldas. Al final no teníamos la habitación más bella, de nuevo no era la más comoda, mucho menos contaba con amenitis. Pero bastaba, era lo mejor para disfrutar la capital de la Guajira, al fin y al cabo estaríamos ahí adentro solo las ocho horas que necesitábamos para descansar.

Una noche más en Santamaría y al siguiente día se toma el avión de regreso a casa. Es decir a Cali. Nuestro paseo por la costa está terminando. Lo más importante y lo que siempre me repito en el interior de mi mente es: no regresar a casa como partiste, vuelve diferente. Y mi pequeña aprendió muy bien la lección. Regresará con los dos dientes de arriba! Olé

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