Cauca. Colombia. Tierra que no se olvida.

Desde 1965, un año después del nacimiento de las Farc como guerrilla, el departamento del Cauca se convirtió en un blanco.

Con el pasar de los años no nos hemos olvidado que el legado histórico y cultural de la región sigue siendo una mina por explotar. Y que ojalá no sea explotada. Popayán para mi, para mi familia es sinónimo de apoyo, sonrisas, parentela, novenas, reuniones y comida. Popayán es la otra casa de mi familia materna. Capital que visito con frecuencia mi abuela, donde aventuro mi mamá y donde creció mi generación. 

Popayán, la ciudad blanca. La de la lluvia. Caminar por su centro histórico es encontrar fachadas, balcones y puertas coloniales. La gastronomía de la capital caucana es otro gustazo. Entre tamales de pipián, empanadas, carantantas, rosquillas, dulces y salpicón pasamos nuestra primera tarde en el Cauca. 

La llegada hasta aquí no fue fácil, donde debíamos tardar dos horas de camino, tardamos cinco. Esto incluyo, un asesoramiento a nuestra compañía alemana de como era manejar sobre las carreteras colombianas, no preocuparse con el ejercito que le muestra su dedo pulgar, como era la vía hasta Popayán, que señales de transito eran diferentes a las europeas. También incluyo una parada a tomar café, una entrada al baño, un aguacero y una varada. Después de montar en moto para encontrar el mecánico de la zona, ser el show de la panadería, contactar a la compañía que nos rento el carro, calmar a cuatro menores de 10 años, respirar profundo. Logramos llegar. Toda nuestra familia payanés nos esperaba. 

Y con ellos nos esperaba lo más destacado de Popayán: sus procesiones de Semana Santa. Listos para disfrutar de esta zona en una hermosisima parcela, en la zona de Timbio, a 20 minutos del centro de Popayán. Más afortunados no podíamos estar, teníamos compañía, piscina, un terraza enorme, árboles con naranjas colgando, ron, el salpicón caucano que sobro y las empanada chiquitas que estuvieron perfectas para la cena. 

El carro no quedo del todo bien arreglado, o nosotros con tanto movimiento desconfiáramos la alarma. Pues entre media noche y las dos de la mañana escuchamos muy seguido un bip bip uhuhuuuuu, etc. Hasta que decidimos dejar la puerta abierta y así la alarma no se activara más, fue un descanso. No teníamos desayuno. Nos despertamos casi rogándoles a los niños que a la piscina ahora no. Que más tarde, que por favor teníamos que desayunar!! Así que todos para el pueblo cercano, Timbio. Parada en la primera panadería, cerca a la carretera principal, solo un movimiento de camiones, de todos los tamaños de todos los colores, un despliegue de chivas, aún más coloridas que los camiones, más cargadas, con más vida. Orden del día, cinco huevos fritos sin arroz pero con padebono y maduro, unos huevos revueltos, dos panes aliñados de dos mil, tres café con leche, un tinto, dos Bonyurt y ocho pandebonos extra. Fin del pedido. Menos de treinta minutos ya estábamos en el mercado de la zona. Recuerdo inmediato de nuestra primer visita al mercado en Ubud, Indonesia. No entendía de donde provenían tantos olores, si eran una mezcla o uno en particular. Recorrido lleno de asombros, de explicaciones, de recuento de frutas y de prueba de ellas. Regresamos a casa cargados. Cargados de mango, uchuvas, chontaduro, piña, leche y pan.

Era el viernes 30 de marzo de 2018, visita a la ciudad blanca. Caminando entre la multitud, llevo 25 años visitando estas tierras y creo que nunca me había dado un paseo por la tarde en pleno centro un viernes santo. Nunca había visto la ciudad tan viva, tan visitada, a no ser que fuera enero en el carnaval de negros y blancos. Dos veces recuerdo haber estado en semana santa en Popayán y haber admirado la procesión desde un balcón. Que a decir verdad es la mejor forma. Las procesiones son celebradas desde la época colonial, son una de las más antiguas conmemoraciones tradicionales de toda Colombia. Y esta vez no tuvimos suerte para verlas, que despelote. No hay otra palabra. es cierto que estábamos al inicio, pero ni los policías ni las personas trataban de organizar ese gentío. Diez minutos estuvimos y salimos de ahí. Y encontrar la salida ni les cuento. Nos toca darle casi la vuelta al centro, subir una colina y atravesar un jardín. Parada en un tienda de barrio, de esas con reja y regueton de fondo, compramos pasta, como no había pasta de tomate pues compramos salsa (ketschup) y cervezas. Ahora estábamos listos para regresar a casa y menos mal en la nevera todavía quedaban un par de tamales de pipían porque si no Pier y yo nos hubiéramos quedado con el estomago vacío. Como que pasta con salsa de tomate??  En nuestros viajes puede pasar de todo pero para papá algunas cosas con la comida no van, no son aventura, son regla. 

Los colores penetran los ojos. Estábamos camino a Silvia, un municipio colombiano en el oriente del departamento del Cauca, ubicado sobre un valle a 2650 metros sobre el nivel del mar en la cordillera central de Colombia. Esta zona es la región de muchos de mis familiares, de su infancia, de sus aventuras. Los paisajes de Silvia son un cuadro de verdes, una paleta de colores. Verde hierba, verde hoja, té verde, verde albahaca, verde manzana, verde joven, verde lechuga, verde fuerte, verde oscuro verde pálido.

Trucha, río y lago. Y por supuesto lluvia. Eso nos estaba esperando allí. La entrada a la casa esquinera justo en la subida a Belen, me sorprende cada vez más. Es historia, amor y mucha dedicación. De pequeñas solíamos pasar en este pueblo muchos fines de semana, ahora estaba con mis dos hijas pisando de nuevo estas tierras. Ahora reencuentro familiar, estarían mis padres, mis hermanas, mis tías, más tíos, primos y más conocidos. Escalofríos, por el frío y por la sensación. 

Nos dejamos seducir por la aguapanela con miel y canela. Por el fogón de leña, por la bara de pesca, por el olor a platano frito. Por el barro y la compañía. 

Aquí si a la mañana siguiente se pudo disfrutar la procesión, entender su significado, e iniciar la primera ronda de preguntas de Lucía sobre el tema. Aquí después de cabalgata, horas de politica, visita a un lago. Después de la guerra con boñiga y la rutina de masajes. Nos encontrábamos empacando de nuevo maletas. Con tres kilos de uchuvas para el camino y una buena carga de pan. Próxima parada eje cafetero. 

 

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